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Extractos del Prólogo «Mai 68, année théorique, etc.» de Histoire critique de l’ultragauche

Extraits traduits par Fédérico Corriente de la Préface “Mai 68, année théorique, etc.” de Histoire critique de l’ultragauche »

Extractos del Prólogo «Mai 68, année théorique, etc.» de Histoire critique de l’ultragauche

El programatismo y su caducidad

Bajo el impulso de la huelga de masas de mayo-junio de 1968, después de que el otoño caliente italiano de 1969 y el levantamiento polaco de diciembre de 1970 sucedieran a la primavera francesa, que conflictos a menudo violentos y sin reivindicaciones se multiplicasen en los Estados Unidos y que todas las instancias de la reproducción de la fuerza de trabajo y de la necesidad de renovar su relación con el capital se ponían en tela de juicio, cabía pensar que al reformismo obrero, al control de los partidos comunistas y de los sindicatos sobre la clase y al bombo izquierdista les quedaba ya poca cuerda, y que todas esas luchas, aun siendo limitadas, anunciaban un nuevo «asalto proletario» que iba a desembocar a corto plazo en la lucha final. Sin embargo, los límites de las luchas de la época fueron apareciendo a medida que éstas se desarrollaban, y hubo que formular preguntas decisivas tanto sobre los resultados de las revoluciones pasadas como sobre el análisis de las luchas en curso, las perspectivas de desarrollo del modo de producción capitalista y la concepción general del comunismo.

Desde nuestro punto de vista actual, debido a que toda afirmación del proletariado desapareció tras la reestructuración que siguió a este asalto, en la actualidad cabe entender toda la acción histórica del «viejo movimiento obrero» y del «período 68» mediante el concepto de programatismo.De forma general, puede decirse que el programatismo se basa en una práctica y una comprensión de la lucha de clases en la que una de esas clases, el proletariado, encuentra los fundamentos de la organización social futura en la emancipación de su condición, que se convierte en un programa a realizar. En la lucha de clases entre proletariado y capital, el proletariado es el elemento positivo que hace estallar la contradicción; la revolución es, pues, afirmación del proletariado: dictadura del proletariado, consejos obreros, emancipación del trabajo, período de transición, extinción del Estado, autogestión generalizada o «sociedad de productores asociados». Uno de los términos de la contradicción se presenta como resolución de la contradicción. El proletariado es investido de una naturaleza revolucionaria que lo torna contradictorio al capital y que se modula de acuerdo con unas condiciones históricas más o menos «maduras». El programatismo no es una simple teoría, es, por encima de todo, la práctica del proletariado, en la que el ascenso de la clase dentro del modo de producción capitalista (de la socialdemocracia a los consejos obreros) se concibe positivamente como un trampolín hacia la revolución y el comunismo. Es la práctica del proletariado desde comienzos del siglo xix hasta finales de la década de 1960. Ahora bien, al estar esencialmente vinculado al período de subsunción formal del trabajo bajo el capital, durante la primera fase de subsunción real, a partir de la década de 1920, el programatismo «se descompone» bajo la forma específica de la identidad obrera.En el proceso de producción, la extracción de plusvalor en su modalidad absoluta implica que producir más plusvalor supone necesariamente producir más valor (lo que ya no es el caso con la extracción de plusvalor en su modalidad relativa). Además, bajo la subsunción formal del trabajo al capital, el proceso de trabajo no es un proceso adecuado al capital, es decir, la absorción del trabajo vivo por el trabajo muerto no es una consecuencia del propio proceso de trabajo (desarrollo de la maquinaria) y las fuerzas sociales del trabajo (cooperación, división del trabajo, ciencia) no están objetivadas en el capital fijo; tampoco la reproducción de la clase está integrada en la reproducción específica del capital (consumo, estilos de vida, reproducción social de la fuerza de trabajo). El capital no ha hecho suya, integrándola en su propio ciclo, la reproducción colectiva y social de los trabajadores. En su relación con el trabajo, el capital se presenta como una potencia exterior. Para el proletariado, la revolución es su propia emancipación, su afirmación. La lucha de clases tiene por contenido la afirmación del proletariado, su erección en clase dominante, la producción de un período de transición y la formación de una comunidad obrera basada en el trabajo productivo. En la contradicción que lo opone al capital, el proletariado es, ya, el elemento positivo a liberar; es capaz de oponer efectivamente al capital lo que es en el seno de éste, es decir, liberar de la dominación capitalista su condición de clase obrera y hacer del trabajo la relación social entre todos los individuos, su comunidad, liberar el trabajo productivo y apoderarse de los medios de producción, eliminar la anarquía del mercado capitalista y de la propiedad privada. Eso equivale a querer convertir al valor, la sustancia del trabajo abstracto, en un modo de producción. Es todo este contenido, teórico y práctico, de la lucha de clase del proletariado, lo que llamamos programatismo.

Los fracasos revolucionarios como legado

[…] La revolución y el comunismo no son cosas conocidas desde los orígenes del modo de producción capitalista y aún menos una tensión humana hacia la comunidad, sino una producción histórica de cada ciclo de luchas que ha marcado la historia de este modo de producción y lucha de clases. El comunismo no es una norma que permita juzgar cada fase revolucionaria según el grado en que se haya aproximado a dicha norma ni explicar su fracaso por el hecho de que no lo haya logrado. La producción del comunismo como superación del capital es una producción histórica real de la única historia que existe, la del modo de producción capitalista, que no es otra cosa que la contradicción entre el proletariado y el capital. […]

El proceso revolucionario de afirmación programática de la clase es doble. Es, por un lado, el ascenso de la clase en el seno del modo de producción capitalista y, por otro, su afirmación como clase particular y, por tanto, la conservación de su autonomía. La revolución como afirmación autónoma de la clase (existencia particular para sí misma frente al capital) se pierde a sí misma, no como revolución en general, sino como afirmación de la clase, en la necesidad de sus propias mediaciones (partidos, sindicatos, cooperativas, mutualidades, parlamento…). Su ascenso se fusiona con el desarrollo del capital y entra en contradicción con lo que, sin embargo, pretende ser su conclusión: su afirmación autónoma.

[…] En los años posteriores a 1917 la revolución es siempre afirmación de la clase. El proletariado busca liberar su poder social —en el cual basa su organización y su práctica revolucionaria— existente en el seno del capital contra éste. Aquello que le confiere la capacidad de suscitar esta amplia afirmación de sí y que define el «impulso revolucionario» de este período de posguerra se convierte en su límite. La especificidad de este período en relación con el programatismo clásico, representado por todas las tendencias de la socialdemocracia anteriores a 1914 (pero también por el anarquismo y el sindicalismo revolucionario) radica en el hecho de que la afirmación autónoma de la clase frente al capital entra en contradicción con su ascenso dentro de éste capital, ya que dicho ascenso está totalmente integrado en la reproducción del capital.

[…] Que el proletariado no pueda y no quiera seguir siendo lo que es no es una contradicción interna de su naturaleza, una determinación de su ser, sino la consecuencia de su relación contradictoria con el capital en el seno de un modo de producción que es siempre históricamente específico. Es la relación con el capital de esa mercancía particular que es la fuerza de trabajo —en tanto relación de explotación— lo que constituye la relación revolucionaria.

El final de un ciclo de luchas

Lo que podemos decir ahora acerca de esos movimientos lo decimos ahora, y si decimos por qué fueron derrotados, se lo debemos a las luchas tal como fueron libradas y a la contrarrevolución que los aplastó (las contrarrevoluciones son también y ante todo nuestra relación con las revoluciones pasadas). Nuestro análisis es un resultado; el resultado no preexistía en la cosa. Para nosotros, ahora, toda la importancia de esas revoluciones reside en lo que se nos aparecen como sus contradicciones internas, en su imposibilidad tal como fue producida en los mismos términos en los que esas luchas existieron y fueron vividas. Nos relacionamos con la historia de las luchas pasadas y la continuidad de la producción teórica a través de todo lo que constituye ahora para nosotros, práctica y teóricamente, la imposibilidad de la revolución programática. Por eso privilegiamos lo que a menudo fueron corrientes marginales u opiniones «heréticas», porque eran portadoras de la crítica, incluida en ella y sobre sus propias bases, de la revolución como afirmación del proletariado y emancipación del trabajo existente, y no la existencia potencial o embrionaria de la revolución tal como se presenta en la actualidad. Esto es lo que nos vincula a estos movimientos y lo que los convierte en nuestro legado vivo. No buscamos ni lecciones ni antepasados. […]

El ascenso, y sobre todo el cambio en el contenido de la lucha de clases a finales de la década de 1960, cerró el ciclo abierto en 1918-19 por la victoria de la contrarrevolución en Rusia y Alemania. Este nuevo curso de las luchas puso a la vez en crisis la teoría-programa del proletariado y toda su problemática. Ya no se trataba de saber si la revolución era cuestión de los Consejos o del Partido. Con la proliferación de los disturbios en los guetos y las huelgas salvajes, con la revuelta contra el trabajo y la mercancía, el regreso del proletariado al primer plano de la escena histórica marcó, paradójicamente, el fin de su afirmación. En el Oeste, ya no tenía un aire tan definitivamente integrado como habían sostenido los intelectuales modernistas. En el Este, volvía a luchar vigorosamente contra la explotación burocrática. Pero los proletarios no tendieron ni en el Oeste ni en el Este a construir el poder de los Consejos, que cincuenta años antes había sido la forma más radical y de base de dicha afirmación. En Francia la huelga general salvaje de mayo de 1968 no engendró órganos específicos de gestión obrera. Durante el largo «mayo rampante» italiano, los consejos de fábrica y de zona, si bien pusieron de manifiesto la autoorganización de la clase de cara a sus propios objetivos —como la disminución de las cadencias, la reducción de las diferencias salariales, o la escala móvil— no tendieron en absoluto a apoderarse del aparato productivo, del que los jóvenes proletarios inmigrantes del Sur no pensaban más que en huir. Ni siquiera la huelga insurreccional polaca de diciembre de 1970, a diferencia de lo que había sucedido en 1956 en Hungría o incluso en la misma Polonia, mostró una clara tendencia gestionaria.

Los proletarios multiplicaban las huelgas, los sabotajes y los saqueos, e incluso abandonaban de las ciudades y el trabajo asalariado en favor de la «vida auténtica» de las comunidades. Aquello no tenía nada de revolucionario y sí mucho de alternativo, pero en todo caso excluía cualquier afirmación dictatorial de la clase y cualquier transición al comunismo, ya fuese en forma consejista o leninista.

En resumidas cuentas, ya no se podía pensar la superación del capital en términos de una extinción cualquiera del valor, las clases y el Estado. Grandes masas de gente entendieron intuitivamente que el comunismo no era una nueva organización social ni un nuevo modo de producción, sino la producción de la inmediatez de las relaciones entre individuos singulares, la abolición sin transiciones del capital y de todas las clases, proletariado incluido. Ahora bien, antes de que se produjera una ruptura real en la teoría, la nueva práctica del proletariado tuvo que consumar el bloqueo del sistema de cuestiones del programatismo. La superación del programa, por tanto, pasaba ante todo una por una reafirmación de su versión radical original contra los límites de las revoluciones proletarias vencidas, fijados por la contrarrevolución victoriosa en la forma del bolchevismo y del reformismo socialdemócrata. La ultraizquierda vivió una segunda juventud.

La ultraizquierda y su contradicción

 […] Podemos calificar de ultraizquierda a toda práctica, organización o teoría que defina la revolución como afirmación del proletariado y que al mismo tiempo critique y rechace todas las mediaciones que comporta el ascenso de la clase en el seno del modo de producción capitalista (organizaciones políticas, sindicalismo, parlamentarismo…) y sin las cuales esta afirmación no podría existir. En ese sentido, la ultraizquierda es una contradicción en proceso. Esta contradicción constituye toda la riqueza y todo el interés de la ultraizquierda. Al perseguir un objetivo y suprimir todos los medios racionales y prácticos de realización del mismo, la ultraizquierda representa constantemente un problema para sí misma. El límite con el que tropiezan constantemente sus teóricos es el de preservar un ser revolucionario del proletariado, un ser verdadero que debe manifestarse, separándolo de la clase tal cual existe bajo el modo de producción capitalista. De ahí la mística de la autonomía/autoorganización, que ha de desvelar este ser verdadero y siempre presente de la clase, que permitirá que estalle y se supere la forma en que existe como clase de este modo de producción[1].[…] La ultraizquierda desarrolla un programatismo depurado de todo lo que tenga que ver con el ascenso de la clase. Se remite a una clase tal como existiría en ruptura con su existencia dentro de la reproducción del capital, y presupone siempre que es esta clase la que existe bajo todas las «mistificaciones» (democracia, partidos, sindicatos y todas las formas de «sustitucionismo»); tiene necesidad de una naturaleza revolucionaria de la clase.

La autonegación del proletariado: una salida ilusoria de la contradicción

[…] Sin embargo, al hacer la crítica de los medios del ascenso de la clase en el seno del modo de producción capitalista, la ultraizquierda suprime toda posibilidad de efectuar esta afirmación, de no ser mediante la mística de una autonomía finalmente pura, que se ve constantemente contradicha por la realidad histórica y la evolución misma de la autoorganización y de los consejos. […] Sin salir de su problemática y de sus impasses, la ultraizquierda encontró en la autonegación del proletariado, como veremos, su forma teórica definitiva. Esta teoría de la autonegación se generalizó en los medios de ultraizquierda de principios de la década de 1970, antes de revelarse a posteriori como la última etapa previa a una superación general de la problemática. Fue durante este breve espacio de tiempo cuando la Internacional situacionista (I.S.) apareció como el nec plus ultra de la producción teórica.Redefinir este ser revolucionario del proletariado fue el objeto mismo del trabajo teórico de la I.S. Para la I.S. se trató siempre de producir la abolición del capital como movimiento y afirmación de un ser revolucionario del proletariado, pero de un ser que ahora iba a tener por contenido su propia negación. En la dialéctica del capital, es decir, el movimiento en el que éste se reproduce a través de su contradicción con el proletariado, éste último es para la I.S. «el trabajo de lo negativo», la negatividad en acción. Fue así como la I.S. puso en tela de juicio todas las categorías del programatismo sin salir de su problemática. […]

La persistencia del programatismo y su crítica en actos

 

Este movimiento fue doblegado; hubo una derrota obrera. «Mayo 68» fue vencido, el «otoño caliente italiano» (que duró tres años) también, lo mismo que las olas de huelgas salvajes estadounidenses y británicas, al igual que el movimiento asambleísta español, etc., sin olvidar toda la insubordinación social que se había extendido a todas las esferas de la sociedad. La derrota no tuvo la magnitud de la de 1917-1936, pero tampoco la reestructuración en juego tuvo la misma amplitud; seguimos en el mismo modo de subsunción. Cosa que no obsta para que hubiese una derrota y una reestructuración/contrarrevolución.

En el «post-68» inmediato, todos los impasses de la producción teórica reposaban sobre el hecho de no concebir el desarrollo del capital como una sucesión de ciclos de lucha que planteaban diferentes etapas de la contradicción entre proletariado y capital, sino únicamente como una acumulación de condiciones en relación a una naturaleza revolucionaria del proletariado que había que liberar. De hecho, todo estaba determinado por la falta de teorización de la reestructuración de la relación entre el proletariado y el capital. En consecuencia, no se pudo considerar lo que estaba sucediendo como el final de un ciclo de luchas, sino como un proceso que había que radicalizar, que no había agotado todas sus posibilidades, que por una razón u otra (pero siempre exterior a la fase de la contradicción) no había sido puro y duro. […]

Durante la crisis de finales de los años sesenta, mientras los logros teóricos de la ultraizquierda parecen basarse cada vez más en una contradicción en los términos (afirmación del proletariado y crítica de todas las mediaciones), comienza a formalizarse como tal la noción de autonegación del proletariado como salida teórica de la «crítica del trabajo», que parecía ser la última palabra en materia de crítica del programatismo. El mayo francés: de la revuelta obrera a la comunidad humana pasando por la alienación […] La revuelta obrera contra la condición obrera, revuelta contra todos los aspectos de la vida, estaba presa de un desgarramiento. No podía expresarse y hacerse efectiva más que volviéndose contra su fundamento real, la condición obrera, pero no para suprimirla, ya que no hallaba en sí misma la relación con el capital que habría podido constituir esa supresión, sino para separarse de ella. Por un lado, un movimiento obrero fuerte, con raíces todavía sólidas, la confirmación dentro del capital de una identidad obrera, un poder reconocido de la clase y a la vez una imposibilidad radical de transformar ese poder en fuerza autónoma y afirmación revolucionaria de la clase del trabajo; por otro, esa imposibilidad era positivamente la extensión de la revuelta a toda la reproducción social, revuelta a través de la cual el proletariado se negaba.[…] Si esta revuelta contra la «totalidad de la vida» fue entendida como «revuelta humana», fue porque no se consideraba que a partir de su situación de clase el proletariado pudiera llegar a otra cosa que a afirmarse y, en el mejor de los casos, a la imposibilidad de hacerlo. […] Separadas del resto del movimiento, las prácticas que ponían en entredicho la afirmación de la clase y la emancipación del trabajo se convirtieron en elementos precursores de una perspectiva aclasista de la revolución. En revancha, la identificación de cualquier lucha obrera con el programatismo quedaba justificada. La crítica al programatismo se confundió, pues, con el abandono de la revolución como acción del proletariado, es decir, de una clase. […]

 

LA OBSOLESCENCIA DE LA ULTRAIZQUIERDA Y EL CURSO CAÓTICO DE LAS RUPTURAS TEÓRICAS

[…] Como hemos visto, la huelga general de mayo no creó órganos específicos que se asemejaran ni de lejos a esa mítica «forma finalmente hallada de la emancipación del proletariado»: no creó órganos comunales ni órganos de empresa de su dictadura. Además, las huelgas salvajes —a veces sin reivindicaciones— que se multiplicaban en Estados Unidos y Europa occidental no mostraron una tendencia clara de los trabajadores a hacerse cargo de la producción. Bajo la subsunción real del capital desaparece toda perspectiva autogestionaria. La conciencia del obrero o del productor de valores de uso desaparece bajo la conciencia del proletario o del productor de plusvalor. […]

Comunismo por imposibilidad y humanismo (clase obrera y proletariado)

Durante la descomposición de todo este ciclo histórico para el que la revolución había sido el ascenso de la clase trabajadora y su afirmación como clase dominante, se impuso como una evidencia que la revolución tenía que ser la abolición de todas las clases, es decir, fundamentalmente, la negación del proletariado por sí mismo. Pero la imposibilidad del programatismo fue identificada de entrada, de manera inmediata y espontánea, con la abolición del capital y de todas las clases. Las manifestaciones de la imposibilidad de la afirmación se convirtieron ipso facto en la revolución como superación de todas las clases. El comunismo no era más que una «solución» por imposibilidad: la imposibilidad de la afirmación del proletariado identificada inmediatamente con la negación del proletariado por sí mismo […]. En este dispositivo teórico, cuando se trataba de la clase obrera, no podía tratarse de la revolución, y cuando se trataba de la revolución, no podía tratarse de la clase obrera; de ahí el «hallazgo teórico» de la clase obrera y el proletariado, que consiste en oponer a la clase obrera (capital variable) al proletariado (irreproductibilidad revolucionaria). Una vez distinguido e incluso opuesto aquello que convierte al proletariado en una clase de este modo de producción de aquello que lo convierte en una clase revolucionaria, la teoría de la revolución sólo podía quedar reducida a fraseología. En esta construcción conceptual, como el proletariado resulta ser un concepto vacío (una simple forma necesaria para el razonamiento), el humanismo viene a llenarlo para que el sistema que hasta entonces funcionaba de manera imposible recobre una positividad. […]En último término, la revolución seguía siendo la afirmación subjetiva de la esencia revolucionaria de la clase o el salto del proletariado más allá de su existencia dentro del capital. La revolución como comunización no estaba anclada en los límites y las contradicciones internas de la lucha de clases porque no era el simple producto del desarrollo de esa contradicción que es la explotación. […]En su nuevo «asalto», el proletariado no tendía a gestionar la sociedad capitalista, pero tampoco a «tomar medidas comunistas irreversibles». Dado que la situación era paradójica en la práctica, engendró una teoría paradójica: un neoprogramatismo imposible en el que se suponía que la revolución se levaría a cabo en dos etapas. En primer lugar, el proletariado —encarnación negativa de la humanidad comunista futura— se separa de la clase obrera, que no es más que la fracción variable del capital e incluso, en última instancia, una clase contrarrevolucionaria. En tanto negación de la humanidad, el proletariado sólo puede empezar a atacar las relaciones sociales capitalistas; no puede fundar la comunidad humana. Por tanto, es necesario que, en una segunda etapa, en el transcurso de la crisis, a partir de esta clase aún limitada y particular, se forme una «clase universal» idéntica a la humanidad y, por tanto, positivamente comunista por fin. El problema de esta «solución» es que el añadido de un paso suplementario entre la crisis revolucionaria y su desenlace no nos saca del impasse del programa. Nos encierra en él por el rodeo de una sobrepuja especulativa que llega a su apogeo y su bloqueo en la inversión de la autonegación por medio del humanismo.

Autonegación y humanismo

[…] Esta problemática llegó a su paroxismo cuando, como los situacionistas en 1968-1969, se quiso conciliar el consejismo, la autogestión generalizada y la autonegación del proletariado. […] Esa fue la belleza fugaz de este período: el «poder obrero» y el «rechazo del trabajo».

[…] Ante esta situación, en la que la defensa de la condición obrera ya no era, dentro del proceso de un ciclo de luchas, la antesala de la revolución, resultaba cómodo oponer la situación de clase que define al proletariado en el modo de producción capitalista a su verdadera naturaleza revolucionaria, que sólo existiría y aparecería en ruptura con su existencia y su acción como clase específica del modo de producción, verdadera naturaleza ésta que su reproducción como clase enmascaraba. […] Naturalmente, el «rechazo del trabajo», los disturbios, los saqueos, las huelgas sin reivindicaciones, se convirtieron en la actividad por excelencia en la que podía fundamentarse esa autonegación.

[…] No se entiende que el proletariado es una clase revolucionaria debido a aquello que lo convierte en una clase de sociedad capitalista: la explotación; no se identifica el desarrollo del capital con el curso de la contradicción. Siempre se vuelve a oponer una naturaleza revolucionaria del proletariado a un desarrollo del capital que no tendría otro significado histórico que el de ser una acumulación de condiciones. La autonegación funciona transformando la dinámica de la relación contradictoria entre clases en una contradicción interna a uno de sus polos, el proletariado. Esta contradicción interna es, la mayoría de las veces, la dimensión humana del proletariado que, opuesta a su situación de clase reducida a la condición de «capital variable», se convierte en la determinación a la que se refiere el «rechazo del trabajo».

Al investir al proletariado de una dimensión humana, se postula que la abolición de las clases existe en estado latente en el seno de éste. Si el proletariado puede abolir las clases durante la revolución es porque ya es en sí la abolición de las clases, esa famosa «clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa[2]»… Aquí se ve perfectamente la diferencia entre el programa clásico y la autonegación como concepto final del viejo ciclo, como su conclusión teórica: para el primero, la dimensión humana del proletariado es inseparable de su pertenencia de clase, es la humanidad del trabajo productivo; para la segunda, está radicalmente separada de ella, y esta separación llega hasta la contradicción y la superación de la una por la otra. El proletariado negaría su situación de clase, se revelaría como humano y entonces sería revolucionario. De hecho, la clase ya no es más que el depositario por fin adecuado de una dinámica presente desde la noche de los tiempos en el desenvolvimiento de la historia como «tensión hacia la comunidad».

La reestructuración: una actividad de la clase capitalista

A partir de 1974-1975, la relación de fuerzas se invierte. Por un lado, la contrarrevolución no se diluye ni se retrasa en absoluto: en todas las zonas centrales, comienzan las grandes oleadas de despidos, la deslocalización de gran parte de la producción industrial hacia los países emergentes, la precarización generalizada del trabajo asalariado, las restricciones legales a la inmigración y los planes de austeridad. Todo ello sistematizado por el predominio del capital financiero, que ordena todas las políticas de salida de la crisis. Por otro lado, la revuelta proletaria no es en modo alguno desviada de su objetivo, sino vencida por sus límites, tanto en las empresas, donde la reorganización del trabajo liquida las «fortalezas obreras», como fuera de ellas, con el ataque a las condiciones de la reproducción. […]

Dicho de manera un poco abrupta y exagerada: el capital «recupera el poder» en las fábricas y en toda la reproducción social. […] Esta recuperación, por supuesto, no fue un retorno a la situación anterior. La clase capitalista acaba con todo lo que reafirmaba esa identidad obrera y legitimaba al proletariado como rival del capital; es la definición misma de la reestructuración (como hemos vimos al comienzo de este texto). La desaparición de la identidad obrera no es el simple efecto de una contrarrevolución tras la cual las cosas reaparecen, aunque sea bajo una forma diferente; la contrarrevolución se define como una transformación estructural de la relación de explotación.

Reestructuración: modificación estructural de la contradicción entre clases y su dinámica

[…] La clase capitalista superó los límites del viejo ciclo de luchas. Restableció una tasa de beneficio promedio adecuada a la acumulación de un capital a la vez ampliado y concentrado y, por tanto, reestructuró la contradicción que lo oponía al proletariado.

[…] La reestructuración es una reestructuración de la contradicción entre las clases: la estructura, el contenido de la lucha de clases, la producción de su superación, resultan, pues, modificados. Existe una manera de enmascarar esto que consiste en multiplicar las «reestructuraciones» para perpetuar las viejas concepciones. Se reconocen todo tipo de reestructuraciones para mejor negar la reestructuración, en singular, como nueva configuración de la contradicción entre las clases. […] Tiene lugar, desde luego, una transformación de la perspectiva programática —un reconocimiento ambiguo de la reestructuración capitalista y de la desaparición de toda afirmación del proletariado— pero no una ruptura, en el sentido de que no se produce ninguna otra concepción coherente del proceso revolucionario. Todo se reestructura: las empresas, los procesos de trabajo en la producción y el transporte, la circulación del capital, los sistemas sociales, los Estados, las clases, el ciclo mundial, etc. A falta de síntesis, multiplicar las reestructuraciones logra ocultar la reestructuración de la valorización del capital, es decir, de la explotación, o lo que es lo mismo, de la contradicción entre el proletariado y el capital. […] Fue durante esta crisis, a través de un recorrido teórico caótico, cuando se acuñó el concepto de comunización

[1] Con el Partido como invariante de la clase que ésta se verá obligada a reconocer algún día como suyo, la Izquierda italiana da otra respuesta a la misma pregunta.

[2] La tesis según la cual el proletariado es «una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa» (Marx, «Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel», 1843) es completamente tributaria de una problemática que convierte al proletariado en la humanidad verdadera, potencial o virtual. El proletario de la «Introducción» de 1843 nos remite al humanismo de Feuerbach. Siempre hay que prestar atención a las fórmulas un poco excesivamente rimbombantes.

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