¿ Qué es la comunización ?
¿ Qué es la comunización ?
Léon de Mattis; Sic -Revue Internationale pour la Communisation- N°1, Noviembre 2011.
Obviamente en el mundo capitalista, nuestra situación sólo podrá empeorar. Hoy en día, todas y cada una de las denomidas “conquistas sociales” suelen ser impugnadas. La culpa no la tienen una pésima gestión de la economía, ni la codicia desmesurada del empresariado, tampoco ningun defecto de regulación de las finanzas internacionales, sino sencillamente los imparables efectos de la evolución mundial del capitalismo.
El jornal, el acceso al empleo, las jubilaciones, los servicios públicos y las asistencias sociales se ven afectados, cada uno a su nivel, por esta evolución: lo que hasta entonces fue concedido no lo será más, y mañana aún menos En todos los sectores el procedimiento es idéntico: la nueva reforma retoma la ofensiva en el punto donde había llegado la reforma precedente. Esta dinámica jamás se invierte, aun cuando se pasa de la “crisis económica” a la prosperidad. Iniciado después de la gran crisis de los años 1970, el movimiento se prosiguió después del regreso del crecimiento en los años 1990 y 2000. Desde entonces, parece muy difícil imaginar que las cosas puedan mejorar, incluso en el muy improbable caso de una” salida de crisis ” después del choque financiero de 2008.
Sin embargo, frente a esta transformación rápida del capitalismo mundial, la respuesta de la izquierda radical es de una debilidad deprimente. La mayor parte, se colma denunciando ” el ultraliberalismo ” de los patronos y de los dirigentes políticos, y sigue haciendo como si algunas ” conquistas sociales ” del período precedente pudieran ser defendidas, e incluso extendidas un poquito, pero sólo volviéndo al capitalismo de ayer, él de los días posteriores a la Segunda Guerra mundial. La propuesta para el futuro, es más o menos el contenido del programa de la Resistencia, adoptado en 1944, (* NDT.Programme du Conseil National de la Résistance, unión de los resistentes contra Alemanes Nazis en Francia: desde los Gaullistas, y otras derechas, a izquierdas y comunistas) como si todavía existiera un nazismo por combatir, y gobiernos dispuestos a soltar algunas migajas, para asegurar la victoria – y por encima de todo, como si en la historia jamás hubiera existido ninguna marcha atrás. Por lo tanto, lo olvidado es el componente del conjunto de las relaciones sociales capitalistas en su dinámica actual.
¿ Por qué la crisis y la “reestructuración” del capitalismo (i.e. los cambios que lo han afectado durante estos cuarenta últimos años) imposibilitan todo regreso de las condiciones anteriores de la lucha? ¿ Y qué podemos deducir de eso para la lucha de hoy?
Para responder, un breve rodeo teórico es necesario. El provecho no es tan sólo uno de los aspectos entre muchos de la sociedad capitalista: sino el motor principal, la razón de todo lo que existe en el mundo social. El provecho no es injertado a las actividades humanas y desviado del producto del trabajo por el capitalismo parasitario. Es fuente de todas las actividades, que sin él hasta ni tan sólo existirían – o, mejor dicho, estas actividades humanas existirían de manera tan diferente que no tendrían nada que ver con las observadas actualmente.
No se trata de un juicio moral acerca de este estado de hecho sino entender todas sus consecuencias. No es que el provecho sea sistemáticamente favorecido en relación a lo que sería útil, bueno, o benéfico para la sociedad (como la salud, la cultura, etc.) ; es ” la utilidad ” misma que no puede existir sin el provecho. Nada de lo “noprovechoso” puede ser útil en el capitalismo. O, mejor dicho, todo lo útil puede serlo sólo y cuando su utilidad ofrezca oportunidades de generar provecho. Afirmar, por ejemplo, que ” la salud no es una mercancía ” es una absurdidad, ajena al menor principio de realidad, en el mundo capitalista. La salud es provechosa sólo porque, por una parte, de manera muy general, porque mantiene en buen estado de marcha a una población trabajadora, y por otra parte, de manera particular, porque es fuente de ingresos para algunos, siendo verdaderamente un sector de la economía y por lo tanto una mercancía, permitiendo así mantener médicos, producir máquinas para analizar el cuerpo humano y levantar hospitales. Desde luego sino fuera así, nada de todo aquello existiría.
Para generar provecho, es imprescindible que el valor incluso en las mercancías aumente: el valor de lo producido precisa ser superior al que hubo que gastar (en materias primas, máquinas, locales, transportes…) para producirlo. Pues, si nada se añade, lo utilizado para producir tiene el mismo valor que lo producido. Lo que se añadió, es actividad humana, inteligencia, fuerza, y energía muscular utilizadas para juntar y transformar cosas dispersas en una cosa cualitativamente diferente de las del principio. Dicha actividad debe asumir una forma particular, al fin de comprarse para incorporarse al valor final de lo producido: es la actividad humana en cuanto trabajo, y puede entonces ser comprada por el capital.
Pero, y aquí es por dónde el capitalismo no es reparto sino explotación, el valor de la compra de la fuerza de trabajo es inferior al valor que la fuerza del trabajo produce. No se puede distribuir nuevamente todo el valor producido y “devolverlo” al trabajo, porque este valor existe precisamente sólo porque existe disociación entre el trabajo y su producto, lo que permite asegurar su reparto desigual. La existencia de esta disociación entre actividad y riqueza producida socialmente es lo que hace posible el acaparamiento de la segunda.
El “valor” de las cosas no es una creación natural, sino social. Pero, muy al revés del credo, no se trata de una creación social neutra que tan sólo existiría por comodidad. Muchos otros medios imaginables, y cómodos sin duda, habrá para fabricar lo que se considera, en una sociedad dada, como imprescindible para la vida humana. El valor se hace necesario sólo en la medida en que es un instrumento de dominación. Permite, en el modo de producción actual, la captación de la actividad de las clases inferiores en beneficio de las superiores. La propria existencia del valor – y de lo que, históricamente, aparece como su representante permanente, es decir el dinero, la moneda – es una necesidad sólo en la medida en que hay que medir lo que se tiene que tomar a unos para darlo a otros. Anteriormente al capitalismo, el valor y el dinero no se encontraban en el corazón de la producción misma, pero señalaban la fuerza de unos y debilidad de otros. El tesoro, el ornamento de los palacios o la rica decoración de las iglesias eran un signo de la potencia social de sus señores, califas o autoridades eclesiásticas. El dinero y el valor, desde los principios de las sociedades de clases, han sido el símbolo de la dominación, hasta devenir su instrumento supremo en el capitalismo. Por lo tanto, ninguna igualdad puede surgir del uso de un medio cuya razón de ser es la desigualdad. Mientras exista el dinero, existirán ricos y pobres, poderosos y dominados, dueños y esclavos.
Considerando que la búsqueda del provecho impone que el coste de producción sea lo más bajo posible, pero que lo ya producido, y lo que sirve para producir (máquinas, edificios, infraestructuras), tan sólo puede transmitir su propio valor, la única variable de ajuste es el valor de la fuerza de trabajo. Es imprescindible pues, reducir el valor de la fuerza de trabajo al máximo, al tiempo que sólo la fuerza de trabajo es capaz incrementar el valor. El capitalismo muchas veces logró resolver esta ecuación insoluble bajando el valor de la fuerza de trabajo sólo en forma relativa respecto al valor global producido, pero aumentando siempre en forma absoluta la cantidad de trabajo en movimiento: mediante incremento de productividad, racionalización del trabajo, innovaciones técnicas y científicas. Pero, se necesita entonces un crecimiento de la producción de proporciones gigantescas, en detrimento de muchísimas cosas (los espacios naturales, por ejemplo). Sin embargo, tal crecimiento jamás existe de manera contínua, y las inversiones de tendencia motivan la situación actual.
Desde el final de la Segunda Guerra mundial hasta inicio de los años 1970, el capitalismo mundial conoció de hecho, un período particular cuyas características deben analizarse para entender por qué hoy ha desaparecido y por qué, a despecho de las esperanzas de los sindicalistas y gente de izquierdas, jamás volverá.
Durante el período posterior a la Segunda Guerra mundial, las destrucciones provocadas por la guerra y las pérdidas de valor de la larga crisis que precedió, creaban una situación favorable para lo que los economistas denominan”el crecimiento “, y que no resulta ser sino esta carrera contradictoria entre la baja relativa del valor del trabajo y su alza absoluta. Las alianzas políticas necesitadas por la alianza antinazi durante la guerra permitían también una forma de división del poder a la vez al nivel mundial (los bloques Este y Oeste) como social en los países occidentales (reconocimiento de una cierta legitimidad a los sindicatos y partidos de izquierdas que representaban el mundo laboral). El ” convenio fordista “* 1, que prevalía entonces, consistía conceder un aumento de salarios y del ” nivel de vida ” en cambio de un fuerte crecimiento de la productividad y dificultad del trabajo. El valor de la fuerza de trabajo utilizada, repartido sobre un mayor número de trabajadores, aumentaba en valor absoluto, pero el valor total de lo producido aumentaba aún más por efecto del crecimiento de la producción. El derrame de todas estas mercancías, base fundamental de la entonces denominada “sociedad de consumo”, permitía al exceso de valor aparecida en la producción, cimiento del provecho capitalista, transformarse en capital suplementario en seguida invertido para producir siempre más. El límite reside en este ” producir siempre más ” que, en un momento dado, implica demasiado capital por valorizar respecto a lo imprescindible por producir y vender para sostener el provecho. De hecho, el equilibrio dinámico se mantuvo durante más de veinte años antes de iniciar, a partir de la mitad de los años 1960, una decadencia progresiva que acabaría por las denominadas crisis “petroleras” de los años 1970.
Algunas breves observaciones acerca de este período. Primero, la “prosperidad” fue reservada a Europa occidental, América del Norte y Japón, e incluso en el seno de estos espacios privilegiados fueron excluidas ciertas fracciones del proletariado: así como la mano de obra recientemente inmigrada, intensamente explotada pero poco pagada. Luego, la prosperidad occidental no lograba ocultar que lo concedido al proletariado lo era en calidad de polo dominado en las relaciones sociales capitalistas. El aumento del poder adquisitivo se acompañaba de la venta de un enorme volumen de mercancías estandardizadas y de bajo nivel cualitativo. Entonces es cuando apareció la expresión “sociedad de consumo”, muy mal acertada porque se trataba de ” sociedad de producción “: era imprescindible un volumen siempre mayor de mercancía en circulación para la alza general del valor global, mientras que bajaba el valor de cada mercancía, por la masificación de la producción, permitiendo una baja del valor relativo de la fuerza de trabajo (se necesitaba menos trabajo para realizar los productos indispensables para la vida del obrero). ” La alienación ” de la vida cotidiana, analizada y criticada tan a menudo entonces, era la mera consecuencia de los imperativos de la circulación de valor.
Si este concepto ” de alienación “, muy de moda treinta o cuarenta años atras, se rarefació en el vocabulario contemporáneo, la realidad que describe sigue siendo muy vigente. La alienación es, literalmente, la forma en la que nuestro propio mundo nos parece ajeno (el alíen, palabra derivada del latino, es el otro, y el alienado, es quién ya no es sí mismo). “Producir para producir ” es la consigna bajo la cual se nos revela la alienación capitalista. La producción material parece no tener otra meta sino la misma. Pero lo que el capitalismo produce primero, son relaciones sociales de explotación y de dominación.
Si el capitalismo aparece como una producción material sin objeto, es porque transpone las relaciones entre personas en unas relaciones entre cosas: la absurdidad de la producción para la producción, como la del aparente poder que los objetos ejercen sobre los hombres,son sólo la imagen, invertida por la racionalidad, de la dominación de una clase sobre otra, es decir de la explotación del proletariado por la clase capitalista. El fin último del capitalismo no es el provecho o la producción para la producción, es la conservación de la dominación de un grupo de seres humanos sobre otro grupo de seres humanos, y al fin de perpetuar esta dominación, el provecho y el ” producir para producir ” son imperativos que se imponen a ambas clases *2.
Con el cambio de época, a partir de los años 1980, si bien prosiguió la alienación, huyó la “prosperidad”. La crisis de 1973 puso de manifiesto el ahogo de la dinámica precedente. El capitalismo no podía conceder más alzas de salarios sin recortes de la tasa de provecho. En tanto al proletariado no le bastaba ya lo otorgado por los capitalistas. En los años 1960 y 1970 se levanta una protesta generalizada que ataca el trabajo y a sus condiciones, pero también tantos otros aspectos de la sociedad capitalista. Se asiste entonces a un rechazo del”convenio”en lo más esencial: el aumento del “nivel de vida” en cambio de una sumisión total del proletariado a la producción y al consumo. El cuestionamiento de los viejos organismos de mediación del movimiento obrero, o sea de los sindicatos, partidos comunistas oficiales, tenía el mismo significado: cuestionar el papel de la clase obrera en el convenio fordista.
El capitalismo necesitó derribar la mayor parte de lo que había construido en el período anterior, por dos motivos, básicamente idénticos: la baja de la tasa de provecho y el aumento de la protesta social. La crisis y la reestructuración tuvieron este sentido, sobre telón de fondo social y político de una oleada “neoliberal”, conservadora y represiva, representada por personalidades como Reagan o Thatcher. Pero no fue el “neoliberalismo” que provocó esta reestructuración: sino la reestructuración necesaria para el proseguimiento la explotación capitalista que se acompañó de este decoro ideológico. En países como Francia por ejemplo, cuyos gobiernos fueran dirigidos por socialistas, tuvieron que cumplir también con las exigencias del capital.
Ahora la reestructuración está muy avanzada, quedan muy claros todos sus componentes. En primer lugar, la necesaria baja del costo total de mano de obra, y por lo tanto encontrar fuera de los países occidentales un mercado de mano de obra barata y desprovisto de toda la historia del movimiento obrero. Algunos “países fábricas” precursores, Hong Kong o Taiwán, han abierto camino. El auge financiero y las transformaciones del dinero, que, desde 1971, ya no se basa en el oro *3 – abastecieron el instrumento necesario al desarrollo de un capitalismo integrado en un modo globalizado: unas áreas dedicadas a la fabricación, otras más al consumo y producción de alto nivel, otras abandonadas por supernumerarias respecto a los requisitos de la circulación del valor. Este modo de zonificación se desarolló rápidamente hasta reproducirse fractalmente en el período actual en todas partes del mundo. Los suburbios de aquí son un reflejo de los países periféricos en el comercio mundial: un exceso de humanos, cuya existencia se volvió inútil, y que por lo tanto, tiene que estar vigilada, controlada y acorralada. La competencia global requiere una pérdida de los beneficios adquiridos por parte del proletariado occidental durante el precedente convenio histórico, y puesto que no hay ninguna perspectiva de mejoramiento, al nivel del Estado se imponen pues policía y discurso ultrasecuritario, como respuesta a las desilusiones de unos y de otros.
La existencia misma de dicha zonificación demuestra que resulta imposible enfrentar los nuevos países industrializados como India o China, con el esquema del desarrollo a principios de la revolución industrial en Europa. Siguiendo este tipo de raciocinio, algo mecanicista, se considera que la evolución que afectó a la clase obrera del mundo occidental hace uno o dos siglos volvería a observarse, de manera accelerada en estos países. En primer lugar, esta clase explotada y miserable, lucha por aumentos salariales, alcanzando luego un nivel de prosperidad iniciando el círculo virtuoso del crecimiento mantenido por el desarrollo del mercado interior. Pero, por encima de que este desarrollo no sería nada conveniente (considerando los límites a los que estamos llegando, muy probablemente no podría significar sino un desastre ecológico irréparable), de todos modos y en las condiciones actuales, parece imposible. El desarrollo occidental, que no hay que olvidarlo, también se vio favorecido por el saqueo colonial, no puede repetirse al idéntico en una economía, desde el principio integrada globalmente.
El mercado interno de la China o de India, a pesar de su espectacular ensanche, no puede absorber todo el crecimiento de dichos países que necesitan desesperadamente las oportunidades y la riqueza occidental, ya que sus activos están constituidos con la deuda de EE.UU. o Europa. Para trasladarlo en un plan más teórico, toda la masa del valor acumulado al nivel mundial (y no sólo en esos países) es la que necesita encontrar su provecho en la producción mundial. El límite alcanzado en los 1970, sigue vigente. Hay demasiado capital por valorizar para regresar al equilibrio dinámico de la expansión de posguerra, y esto es acertado tanto en los nuevos países industrializados como en los países occidentales. La reestructuración del capitalismo tras la crisis de la década de los años 70 consistió, para el capital, en buscar otra forma de agregar valor, reduciendo costos de mano de obra, y hasta el día de hoy sigue siendo así.
Tal desarrollo siempre tuvo, para la lucha de clases en los países occidentales, una influencia inmensa. En el período anterior a la crisis de la década de 1970 y a la reestructuración, la lucha del proletariado tenía un doble significado, quizás contradictorio, pero básicamente con la misma premisa. Por un lado, la lucha podía buscar metas inmediatas, como mejorar las condiciones laborales, salarios más altos, incluso hasta más justicia social. Por otro lado, la lucha también tenía como efecto, y a veces como objetivo, fortalecer el poder de la clase obrera contra la clase del capital, y tendencialmente luchar para derrocar a la burguesía. Estos dos aspectos eran conflictivos, y constante el antagonismo entre defensores de la “reforma” y los de la “revolución”, pero al cabo la lucha misma podía significar tanto el uno como el otro. Lucha por mejoramientos inmediatos, y lucha por el comunismo se articulaban en torno a la idea que se podría triunfar únicamente con el fortalecimiento de la clase obrera y de su combatividad. Por supuesto, eran muchas las divisiones que atravesaban los debates en el seno del movimiento obrero, entre partidarios de la revolución y los de la reforma, los que apostaban en el papel determinante del partido, otros en el del sindicato, otros en el de las asambleas obreras, los defensores de la revolución inmediata y los de la revolución postergada … en definitiva, entre leninistas, izquierdistas, anarquistas, etc… Sin embargo, lo que se compartió fue una experiencia de lucha durante la cual el proletariado, aunque sin unanimidad, ni siquiera unido (lo que nunca aconteció ) constituyó una realidad visible y social en la cual cada trabajador podía reconocerse fácilmente e identificarse.
Pero ¿ qué ocurre ahora ? El debate entre “reforma” y “revolución” desapareció hace treinta años, porque la base social que le daba sentido desvaneció. La forma que, desde más de siglo y medio, hacía existir subjetivamente el proletariado, el movimiento obrero, se colpasó.. Partidos, sindicatos y asiociaciones de izquierdas se mudaron “ciudadanos” y “republicanos”, ideologías vinculadas con la Revolución Francesa, es decir, un período anterior al movimiento obrero. Sin embargo obviamente, ni el proletariado ni el capitalismo, desaparecieron. Pues, ¿de qué se carece?
Por supuesto, a primera vista podemos decir que el significado de la victoria es el que puede haber cambiado. Sin idealizar los períodos anteriores, ni subestimar los retrocesos: podemos decir que las luchas de la clase obrera, desde los inicios del capitalismo, lograron cambios reales en su relación con el capital: por una parte, lo que realmente se arrancaba – la regulación de la jornada de trabajo, salarios, etc… – y por otra parte, la organización del movimiento obrero en partidos y sindicatos. El auge del proletariado era la base sobre la cual se apoyaba cada lucha y cada victoria parcial, mientras la derrota podía interpretarse como un dezliz momentáneo hasta la próxima ofensiva. Claro que este auge resultaba ser también, en realidad, el auge de la impotencia: como victorias parciales e institucionalización del papel de los sindicatos han sido factores que alejaban cada día un poco más el horizonte del comunismo, este se convirtió con el tiempo en un porvenir siempre más remoto y nebuloso*4. Pero el marco general de las luchas, aun con sus limitaciones, seguía siendo una potencia de la clase obrera frente a la patronal.
Desde hace casi treinta años, las luchas son tan sólo defensivas. Cada victoria significa sólo retrasar la inevitable derrota. La dinámica, por primera vez en dos siglos, consiste tan sólo en una regresión de la potencia de la clase obrera. El emblema actual de la lucha de trabajadores victoriosos es Cellatex: una lucha radical por la indemnización cuando se suprime el empleo. La victoria significa el fin de lo que posibilitó la lucha, – o sea ser empleados de la misma empresa, ahora cerrada – y no el inicio de algo.
Pero es más. Las transformaciones del trabajo durante treinta años, como consecuencia del desempleo masivo, han alterado la relación de los empleados al trabajo y por lo tanto la relación del proletariado a sí mismo. El empleo fue perdiendo paulatinamente su estatuto de referencia en el período de la posguerra (lo que confería a la crítica radical del trabajo un contenido crítico de la sociedad capitalista como tal). Uno no ocupa ya un solo empleo en toda su vida. Ninguna carrera es definitiva. Del empleado se espera que “evolucione”, se forme, se traslade de lugar de trabajo y de empleo. Lo precario se convierte en norma. El desempleo no es negación del trabajo, sino un tiempo del mismo, un paso que todos los trabajadores experimentarán varias veces en su vida, incluso, para muchos el trabajo es lo que se convierte en un paro parcial adicional y transitorio. Dentro de las empresas, los estatutos y condiciones diferenciadas se multiplican. La externalización de tareas, el uso de maquiladoras y agencias de trabajo interino parcela y divide a los trabajadores en varias categorías. De este modo, se vuelve difícil luchar puesto que, de entrada, la unidad de aquellos que deberían luchar juntos se vuelve problemática, porque en alguna manera ya no se logra considerar como evidente esta unidad, al contrario de lo occurido en el período anterior a la década de 1970, ( aunque no dejaban de ocurrir divisiones). La unidad de los actores en la lucha, ahora es la lucha propia que la construye como medio necesario para sus metas. Esta unidad no se gana de antemano, e incluso después de construirse por un determinado tiempo, sigue sometida a posibles divisiones que existían ya en el período en que dicha unidad estaba presupuesta.
La lucha se volvió más difícil es cierto, pero impera otra diferencia aún más importante: y no conlleva resultados idénticos. Debido a que la unidad no se presupone antes de la lucha, no está incluida en los objetivos de la lucha. Una cierta idea de mejorar la condición de los trabajadores o del proletariado en general, ya no forma parte del horizonte de la lucha, o sólo en el horizonte de las luchas defensivas, cuyo fracaso se ha programado (las luchas por las pensiones, por ejemplo). Las luchas son victoriosas, sólo en la medida en que buscan un objetivo inmediato y parcial, individual, diríamos. Con el capitalismo, ya no se obtiene ninguna mejora de nuestra situación colectiva, sino una mejora individual que se sobrepone a la posibilidad de una defensa de la clase obrera y, por lo tanto, sólo puede ser transitoria. Además, el final de la lucha, tanto victoria como derrota, significa el final de la construcción de la unidad en la lucha, y por lo tanto la incapacidad de proseguir la lucha o reanudarla, cuando durante período anterior imperaba una sensación de progresión, que parecía posibilitar la “capitalización” de las luchas, es decir, el resultado de un amontonamiento progresivo y victorioso de las luchas pasadas. Tal vez fuera una ilusión, non obstante, importaba en lo que la gente podía pensar de su propia lucha y de su posibles consecuencias *5.
En cierto modo, podemos decir que hoy en día, toda lucha de clases encuentra su límite en la acción de una clase que ya no logra encontrar en su relación con el capital, lo que parecía ser su razón de ser y su potencia: el hecho de representar el trabajo de modo colectivo. Esta relación distante y claramente externa al trabajo, o sea a su ser de proletario, afecta la forma en la que se puede luchar y vencer en la lucha. Lo que se consigue es una pérdida respecto a las condiciones de la lucha. Y todo lo que se pierde es una pérdida también. Esta situación parece definitivamente asentada, y sería un error pensar que, primero debe recuperarse la unidad del proletariado, antes de luchar, para lograr una acción efectiva del mismo. La unidad existe sólo en forma transitoria durante la lucha y entre los actores de la lucha, sin vincularse necesariamente a la pertenencia a una clase común. La “conciencia de clase” no es un dato que podría ser creado nuevamente mediante propaganda política, porque nunca existió, excepto respecto a un estado específico de la relación social capitalista. Esta relación ha cambiado, así pues la conciencia. Hay que tomarlo en cuenta.
Y se tiene que tomar todavía más en cuenta esta nueva situación que nos obliga a pensar de nuevo nuestras concepciones del comunismo y de la revolución, y considerar de manera crítica, lo que eran en el período anterior. Cuando, la identidad proletaria se veía, de hecho, reforzada con la relación del proletariado al capital, la concepción de un cambio radical que se imponía masivamente – y ampliamente compartida, de los reformistas a los revolucionarios, anarquistas, marxistas – era la victoria del proletariado sobre la burguesía, como resultado de una movilización de la potencia de la clase de trabajo por diversos métodos (acción y organización, la conquista electoral del poder, la acción del partido de vanguardia, la autoorganización proletaria …).
Esta visión, repito, ofrecía una perspectiva tanto al reformismo como a la revolución, permitiendo más allá de su oposición, situar su lucha en un plan común. Por lo tanto, como ya dicho, tanto la perspectiva revolucionaria como la reformista de antaño fueron juntas en abandonar el terreno de la política oficial. Cuando hoy en día se habla de reforma, desde la derecha hasta la extrema izquierda del abanico político, es reforma de la gestión del capitalismo a lo que alude, y no de realmente reformar, es decir, desembocar a una ruptura con el capitalismo. En un modo indudablemente ideológico, pero cuya existencia era significativa, esta idea rupturista se halla todavía en los programas de los partidos socialistas hasta 1970. Desde entonces, esta perspectiva simplemente se olvidó.
Ahora podemos entender que tanto la perspectiva reformista, como la revolucionaria eran callejones sin salida, porque concebían la revolución comunista como la victoria de una clase sobre otra, y no la desaparición simultánea de las clases. Es aquí donde se arraiga la idea tradicional del período de transición, durante el cual el proletariado, ya victorioso, participa a la gestión de la sociedad. Históricamente, sabemos que esta realidad se ha traducido en el asentamiento de un estado capitalista de tipo soviético, donde la burguesía fue sustituida por una clase de burócratas vinculados al Partido Comunista, y donde la clase obrera se mantuvo de hecho explotada y obligada a producir el acrecentamiento de valor exigido. Hay que subrayar sin embargo, que este concepto de período de transición abarca mucho más allá que él estrictamente marxista de “dictadura del proletariado” porque a niveles diferentes, desde los reformistas (que se basaban en una toma del poder por las urnas) y hasta los anarcosindicalistas ( los cuales pensaban en una toma de poder a través de las estructuras sindicales) todos se integran en este marco de pensamiento. Consideraban también que la victoria del proletariado, sea demócraticamente merced a las estructuras estatales, para los reformistas, sea merced a la lucha, con estructuras propias (sindicatos), para los anarcosindicalistas, daría tiempo al proletariado para que su dominación cambie la faz de la sociedad. Resultan ser disidentes de ambos bandos quienes elaboraron una teoría de la revolución y del comunismo como inmediatos. Es a raíz de sus exploraciones teóricas de entonces que se puede, en el período actual y, con la distancia que nos procura la reciente transformación del capitalismo, entender que comunismo sólo puede ser desaparición simultánea de las clases sociales y no victoria, aun transitoria, de una clase sobre otra.
Una nueva concepción de la revolución y comunismo brota del período actual, procedente de estas corrientes disidentes críticas que existían en el seno del anterior movimiento obrero. La evolución del capitalismo confirmó la validez de dichas concepciones y su adaptación a la lucha proletaria de hoy. Porque la experiencia cotidiana de la pertenencia de clase del proletario tiende a ser vivida como coacción externa, la lucha por defender su condición llega a confundirse en una lucha contra su propia condición. Surgen, siempre más a menudo, en las luchas, prácticas y contenidos que pueden ser analizados de este modo. No se trata de declaraciones necesariamente espectaculares o radicales. Sin embargo, son prácticas de fuga, luchas donde los sindicatos están desacreditados y abucheados, pero donde no se intenta sustituirlos por otra cosa, porque se considera que no hay nada que poner en su lugar, las reivindicaciones salariales llevan a destruir la herramienta de trabajo (como en Argelia, Bangladesh), luchas donde ya ni se pretende mantener los puestos de trabajo, pero se lucha para lograr indemnizaciones (Cellatex y todo lo que sigue), luchas en que no se reivindica nada, sino se rebela contra todo lo que constituye nuestras condiciones de vida (los “disturbios” en los suburbios franceses en 2005), etc.
Poco a poco, en dichas luchas emerge un cuestionamiento, por la lucha del papel que nos asigna el capital. Los desempleados de tal colectivo, los trabajadores de esa fábrica, los vecinos de tal barrio pueden organizarse como desempleados, obreros, vecinos de un barrio, pero muy pronto, esta identidad es precisamente lo que se tendrá que sobrepasar para lograr que prosiga la lucha. La comunidad, la unidad, procede de la propia lucha, y no de nuestra identidad dentro del sistema capitalista. En Argentina, Grecia, Guadaloupe (Antillas francesas), por dondequiera la defensa de una condición particular apareció en gran medida insuficiente, porque jamás cual se quiera condición particular podrá identificarse con una condición general. Incluso el “estatuto precario” no puede servir como figura central en una lucha en la que todos puedan identificarse. No hay ningun “estatuto” del precario por reconocer o defender, porque ser precario, sea una situación sufrida o elegida, o mezcla de ambas, no constituye una nueva categoría social, sino una de las realidades que contribuye a la producción de la pertenencia de clase como coacción externa.
La revolución comunista posible hoy en día, sólo puede nacer en este contexto muy particular: ser proletario se vive como una forma externa a lo que uno es, incluso, cuando en el capitalismo, vender su fuerza de trabajo, sea cual fuera la forma de esta venta, significa necesariamente ser proletario. Esta situación desemboca fácilmente a la idea errónea que con una forma de vida más o menos alternativa, fuera del sistema, se puede crear el comunismo. No por casualidad si una minoría, que empieza siendo socialmente siempre más importante en los países occidentales, cae fácilmente en el ensueño y cree oponerse al capitalismo y luchar en contra de esta manera. Sin embargo, la relación social capitalista es la dinámica totalizadora de nuestro mundo, y no permite escaparse tan sencillamente como algunos lo pueden imaginar.
La superación de las condiciones existentes sólo puede ocurrir mediante una fase de intensa lucha y insurrección en que las formas de lucha y las formas de la vida futura plasmen juntas sincrónicamente, siendo las segundas nada sino el otro primero. Esta fase, y su actividad específica, proponemos llamarla comunización.
La comunización no existe todavía, pero toda la fase actual de la lucha que acabamos de mencionar nos permite hoy hablar de esta. En Argentina, durante la lucha tras los disturbios de 2001, las determinaciones del proletariado como clase de esta sociedad fueron trastornadas: propiedad, comercio, división del trabajo, relaciones hombres/mujeres… La crisis estaba circunscrita a este solo país, esta lucha nunca cruzó las fronteras: sin embargo, la comunización sólo puede existir en una dinámica de ampliación sin fin. Su interrupción significaría su muerte, al menos momentánea. Empero, las perspectivas del capitalismo desde la crisis financiera de 2008 – perspectivas mundialmente oscuras para él – sugieren que la próxima vez el colapso del dinero no se limitará a la Argentina. No por decir que el punto de partida será necesariamente una crisis monetaria, sino más bien que en la situación actual muchos puntos de partida son posibles, y que la grave tormenta monetaria, que en realidad ya esta a punto de llegar, formará indudablemente parte de la crisis.
A nuestro modo de ver, la comunización será el momento en que la lucha posibilitará, como un medio para su continuación, la producción inmediata del comunismo. Con el término comunismo, hablamos de una organización colectiva libre de todas las mediaciones que, hasta ahora, la sociedad utiliza para vincular las personas : dinero, estado, valor, clase, etc. Estas mediaciones no tienen otro propósito sino permitir la explotación. Si se imponen a todo el mundo, sin embargo, sólo sirven a unos pocos. El comunismo será el momento en que las personas se relacionen entre sí directamente, sin que sus relaciones interpersonales estén dominadas por categorías a las que todos tengan que someterse.
Ni falta decir, este indivíduo no será el indivíduo que conocemos, él de la sociedad del capital, sino una persona diferente producida por una vida con formas diferentes. Para entender este punto, recordemos que el indivíduo humano no es una realidad intangible resultando de la “naturaleza humana”, sino un producto social, y que cada período de la historia ha producido un tipo de indivíduo. El indivíduo del capital es él determinado por la proporción de riqueza social que recibe: esa determinación está sujeta a la relación entre las dos clases principales del modo de producción capitalista, el proletariado y la clase capitalista. Esa relación tiene prelación, y el individuo viene producido después, en lugar de que las clases sean, como se cree muy a menudo, una colección de individuos preexistentes. La abolición de las clases será la abolición de las determinaciones que generan el indivíduo del capital: él que disfruta de manera individual y egoísta la parte de riqueza creada en común. Naturalmente, esta no es la única diferencia entre capitalismo y comunismo: la riqueza creada en el comunismo sería cualitativamente diferente de lo que el capitalismo es capaz. El comunismo no es un modo de producción en el sentido en que las relaciones sociales no están determinadas por la forma que toma el proceso de fabricación de los objetos necesarios a la vida, sino por el contrario, se trata de que sean las relaciones sociales comunistas que determinen cómo se fabrican los objetos necesarios.
No sabemos, no podemos, y pues no trataremos saber como será concretamente el comunismo. Sólo sabemos lo que va a ser en forma negativa, a través de la abolición de las formas capitalistas sociales. El comunismo es un mundo sin dinero, sin valor, Estado, sin clases, dominación y jerarquía – lo que exige que sean también superadas las formas obsoletas de dominación, integradas en el funcionamiento del capitalismo, como el patriarcado, y que el comunismo sea también la superación tanto de la condición masculinida como de la feminina. Ni falta decir que cualquier forma de división de la comunidad, étnica, racial u otra, no cabe en el comunismo, que de golpe es mundial.
No podemos predecir y decidir cuáles son las formas concretas del comunismo, porquenunca las relaciones sociales nacen listas de un cerebro único, tan impresionante sea, pero sólo pueden resultar de una práctica social masiva y generalizada. Esa práctica la llamamos comunización. La comunización no es una meta, no es un proyecto, es nomás un camino, pero en el comunismo la meta es el camino, el medio el fin. La revolución es, precisamente, la salida de las categorías generadas por el modo de producción capitalista. Esta salida ya se está anunciando en las luchas actuales, pero no existe realmente, puesto que sólo una salida masiva que destruye todo por su paso es una salida.
La comunización, no podemos dudarlo, será un proceso caótico. La sociedad de clases no va a morir sin defenderse de muchas maneras, y la historia nos enseña que la barbarie de un Estado que busca defender su poder es ilimitada – todo lo más atroz y más inhumano desde los albores de la humanidad fue el hecho de los Estados. Sólo en esta contienda a muerte, y con el ingenio ilimitado que puede liberar la participación individual obrando por su propia liberación, se hallarán los recursos para luchar contra el capitalismo y crear al tiempo el comunismo. Las prácticas revolucionarias de gratuidad, la abolición de las relaciones de valor, de intercambio y de mercado durante la guerra contra el capital, constituyen las armas decisivas para integrar, con medidas de comunización, la mayoría de las clases medias y excluidos de las masas campesinas más pobres, en definitiva, para crear durante la lucha, la unidad del proletariado.
También queda claro que la trayectoria de creación del comunismo perecerá tan pronto como se interrumpa. Cualquier forma de capitalización de las “conquistas de la revolución,” todas las formas de socialismo, cualquier forma de “transición”, concebida como una etapa intermedia previa al comunismo, como una “pausa”, producirá una contra-revolución, no de sus enemigos, sino de la revolución misma, y sobre la cual el capitalismo agonizante intentará apoyarse. La superación del patriarcado será, a su vez, un trastorno tal que va a dividir el mismo campo de los revolucionarios, puesto que, no se tratará obviamente de “igualdad” entre hombres y mujeres, sino de abolición pura y simple de las diferencias sociales basadas en el género. Por todas estas razones la comunización se presentará como una “revolución en la revolución”.
Sólo la multiplicidad de medidas de comunización, llevadas a cabo en cualquier lugar y por diversas personas, generalizarándose por sí mismas sin que nadie sepa quién las inventó o transmitió, proporcionará la forma apropiada de organización de esta revolución. La comunización no será democrática, porque la democracia, incluso “directa” es una forma que corresponde a un solo tipo de relación entre el individuo y el colectivo – precisamente el tipo que el capital ha llevado a su extremo, y con él que el comunismo tiene que romper. Las medidas comunizadoras serán tomadas por todo el mundo y quién sabe quién. Por todos y por cualquier persona: no serán dictadas por ninguna forma de representación, organismo o mediación. Las medidas comunizadoras se impondrán por quienes tomen la iniciativa de buscar una respuesta apropiada a un problema de la lucha – y los problemas de la lucha, serán también los problemas de la vida: alimentación, vivienda, compartir con todos, luchar contra el capital, etc. Debates habrá, habrán diferencias y luchas internas, la comunización también será revolución en el seno de la revolución. Ningún comité resolverá estos conflictos: la situación será la que servirá de para decidir, y, post festum, la historia dirá quién tenía la razón. Esta conclusión puede parecer abrupta, pero no existe otra manera de crear un mundo.
1. Henry Ford, gran empresario estadounidense, había argumentado en los años de entreguerras, la idea de que era necesario incrementar los salarios y la productividad para desarollar tanto la producción, cuanto el mercado que podría absorberla.
2. Incluso a los capitalistas, ya que no dictan las reglas del juego que les hace dueños.
3. En contra lo que la Vulgata de izquierdas nos quiere persuadir, el capitalismo financiero no es en absoluto un crecimiento parasitario del capitalismo productivo. Más bien, al revés, resulta esencial para la existencia del capitalismo productivo mismo. El enorme desarrollo de las finanzas desde la década de 1970, hizo posible, entre otras cosas, la circulación global e instantánea del capital, herramienta necesaria para la integración global de los ciclos de producción y consumo.
4. Algunos libertarios o comunistas asembleistas, no dejaron también de denunciar la traición de los dirigentes sindicales. Sin embargo, tal “traición” estaba inscrita en la institucionalización del movimiento obrero, la cual implicaba la afirmación del poder del proletariado. Los dirigentes sindicales eran traidores en la medida en que, con el fin de fortalecer su propio poder, acordaron jugar cierto papel, pero no fueron ellos su creador. La mera denuncia de su “traición” es insuficiente, ya que podría sugerir que otros líderes, más honestos, podrían haber actuado de otra manera.
5. Las luchas de clase en países recientemente industrializados, como China, India, Bangladesh o Camboya pueden ser diferentes, ya que las luchas de allá, por ejemplo las que tienen como objeto el jornal, todavía permiten victorias de alcance muy amplio – pero jamás lo bastante amplio, en el capitalismo integrado mundialmente, como para modificar verdaderamente las características de las relaciones sociales capitalistas. Estas luchas no son una reanudación de las luchas de la Europa del principio del capitalismo, fuera tan sólo porque ya no pueden encuadrar en la perspectiva revolucionaria que fue la de los años 1840 a los años 1970.
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