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«Hablamos de comunización en el presente»

«Hablamos de comunización en el presente»

19/05/2011

 Este texto “corto” escrito para presentar a“ Théorie Communiste en un libro anglófono,** resume de manera muy clara las posiciones actuales de esta revista cuya lectura resulta a menudo difícil…No se desarollan aquí las últimas temáticas producidas en torno a la distinción de género , estas se expondrán en el N° 24 de TC, por salir…

En el curso de la lucha revolucionaria, la abolición del Estado, del intercambio, de la división del trabajo, de toda forma de propiedad, la extensión de la gratuidad como unificación de la actividad humana, o sea la abolición de las clases, son “medidas” que abolen el capital, impuestas por las necesidades mismas de la lucha en contra la clase capitalista. La revolución es comunización, no tiene el comunismo por proyecto y resultado, sino como contenido.

La comunización y el comunismo son cosas venideras, sin embargo es en el presente que hay que hablar de esto. El contenido de la revolución futura se anuncia en el ciclo de luchas actual, cada vez que el hecho mismo de actuar como clase aparece como coacción exterior, límite por superar. La lucha como clase, en sí misma, se ha tornado el problema, su propio límite. Por lo tanto anuncia y produce su superación como revolución/comunización.

a) Crisis, reestructuración, ciclo de lucha: la lucha de clase en cuanto clase como límite de sí misma.

El principal resultado del proceso de producción capitalista siempre fue la renovación de la relación capitalista entre el trabajo y sus condiciones: se trata de un proceso de autopresuposición.

Hasta la crisis del final de los años 1960, la derrota obrera y la reestructuración subsecuente, emperaba ya dicha autopresuposición del capital, en conformidad al concepto de capital, sin embargo la contradicción entre proletariado y capital se situaba a dicho nivel mediante  producción y  confirmación, en el interior mismo de esa autopresuposición, de una identidad obrera por la cual el ciclo de luchas se estructuraba como rivalidad entre dos hegemonías, dos gestiones, dos controles de la reproducción. Esa identidad era la sustancia del movimiento obrero.

Esta identidad obrera, sean cuales fueren las formas sociales y políticas de su existencia (de los Partidos comunistas a la Autonomía; del Estado socialista a las Asambleas obreras), se fundamentaba en su totalidad sobre la contradicción que se desarrollaba en aquella fase de la subsunción real del trabajo por el capital entre, por una parte creación y desarrollo de una fuerza de trabajo puesta en obra por el capital de forma cada vez más colectiva y social, y por otra parte, la formas de la apropiación por el capital, de esta fuerza de trabajo, en el proceso de producción inmediato, y en el proceso de reproducción. He aquí la situación conflictual que en este ciclo de luchas se desarrollaba como identidad obrera, encontrando su marco y sus modalidades inmediatas de aprehensión en la “gran fábrica”; en la dicotomía entre empleo y paro, trabajo y formación; en la sumisión del proceso de trabajo a la colección de los trabajadores; en las relaciones entre salario, crecimiento y productividad dentro de una área nacional; en las representaciones institucionales que todo aquello implicaba tanto en la fábrica como al nivel estatal; en el cierre de la acumulación sobre una área nacional.

La reestructuración como derrota, al final de los 60 y en los 70, de todo ese ciclo de luchas basado sobre la identidad obrera tuvo como contenido la destrucción de todo estorbo para la fluidez de la autopresuposición del capital. Se trataba por una parte, de todas las separaciones, protecciones, especificaciones que se levantaban frente al descenso del valor de la fuerza de trabajo, en tanto que impedían que toda la clase obrera, mundialmente, en la continuidad de su existir,reproducción y crecimiento, deba enfrentarse en sí misma a la totalidad del capital. Por otra parte, se trataba de todas las coacciones de la circulación,  rotación, acumulación, que estorbaban la transformación del sobreproducto en plusvalía y capital adicional. Cualquier sobreproducto debe poder encontrar su mercado en cualquier parte, cualquier plusvalía debe encontrar la oportunidad de operar como capital adicional, o sea transformarse en medios de producción y fuerza de trabajo, sin que ninguna formalización del ciclo internacional (Países del Este, periferia) predetermine dicha transformación. El capital financiero fue maestro de obra de esta reestructuración. Con la reestructuración de los 1980 coinciden producción de plusvalía y reproducción de las condiciones de esta producción.

El ciclo de luchas actual se define pues por el hecho que la contradicción entre las clases se traba al nivel de su respectiva reproducción,  significando que, en su contradicción con el capital, el proletariado halla y se enfrenta a su propia constitución y a su propia existencia como clase. Por consecuencia se desvanece entonces esa identidad obrera confirmada en su reproducción por el capital, remate del movimiento obrero y fracaso corolario de la autoorganización y de la autonomía como perspectivas revolucionarias. Puesto que la perspectiva de la revolución no cabe ya en la afirmación de la clase, no puede tener cabida en la autoorganización. Abolir el capital es negarse como trabajador y no autoorganizarse como tal, es un movimiento de abolición de las empresas, de las fábricas, del producto, del intercambio (sea cual fuere su forma).

Actuar como clase consiste actualmente, por una parte tener como solo horizonte el capital y las categorías de su reproducción, por otra parte y por la misma razón,  estar en contradicción con su propia reproducción de clase, cuestionarla. Ese conflicto, ese trecho en la acción del proletariado es el contenido y el envite de la lucha de clases. El que, para el proletariado, actuar como clase sea el límite de su acción de clase es ahora una situación objetiva de la lucha de clases, el que ese límite se construya en las luchas como tal para devenirla pertenencia de clase como coacción exterior  es un envite en esas luchas: nivel de conflicto con el capital; conflictos dentro de las luchas. Esa transformación es una determinación de la contradicción actual entre las clases, sin embargo se trata siempre de la práctica particular de una lucha en un momento dado, en condiciones dadas.

 En este ciclo de luchas actua una clase obrera recompuesta. En la áreas centrales de acumulación, desaparición de los grandes bastiones obreros y proletarización de los empleados, terciarización de la mano de obra  (especialistas del mantenimiento, conductores de máquinas, camioneros, repartidores, manipuladores, etc.- ese tipo de empleo es ahora mayoritario entre los obreros), trabajo en empresas o lugares más pequeños, se trata de una nueva división del trabajo y de la clase obrera con una externalización de las actividades de bajo valor añadido (trabajadores jóvenes, a menudo interinos, y sin perspectivas profesionales); generalización del “flujo tendido*” (*N. del T.: “Just in time”), presencia de obreros jóvenes para quienes la escolarización cortó el hilo de las generaciones y que rechazan masivamente el trabajo en las fábricas y la condición obrera en general, se trata también de las deslocalizaciones.

Las grandes concentraciones de India o de China se inscriben en esa segmentación mundial de la fuerza de trabajo, y tanto por su definición mundial como por su propia inscripción nacional no pueden considerarse renacimiento allende de lo que ya desapareció en “Occidente”. Era todo un sistema social de existencia y de reproducción que definía a la identidad obrera y que se expresaba en el movimiento obrero, y no meras características materiales cuantitativas[1].

De las luchas cotidianas a la revolución sólo puede haber ruptura. Dicha ruptura se anuncia en el curso cotidiano de las luchas cada vez que en estas luchas la pertenencia de clase aparece como una coacción exterior objetivada en el capital en el curso mismo, para el proletariado, de su actividad de clase. Actualmente, la revolución esta pendiente de una contradicción constitutiva de la lucha de clase: ser una clase es para el proletariado el obstáculo que su lucha como clase debe salvar. Con la producción de la pertenencia de clase como coacción exterior, se puede, partiendo de las luchas actuales, comprender el punto de báscula de la lucha de clase, su superación, como superación producida: la clase en su lucha contra el capital se vuelve en contra sí misma, o sea trata su propia existencia, todo lo que la define en su relación al capital (y no es sino dicha relación) como límite de su acción. Los proletarios no liberan a su “verdadera individualidad” negada en el capital, la práctica revolucionaria es precisamente la coincidencia del cambio de circunstancias y de la actividad humana, o autotransformación.

En este sentido hablamos actualmente de comunismo y hablamos de comunismo al presente. El que la revolución sea abolición de todas las clases existe como un hecho actual porque la acción de clase del proletariado es, para sí misma, un límite. Esta abolición no es ninguna meta, ninguna definición de la revolución como norma que se debería alcanzar, sino un contenido actual en la misma lucha de clases. Producir la pertenencia de clase como coacción exterior es, para el proletariado, entrar en contienda con su situación anterior, no se trata de ninguna “liberación”, de ninguna “autonomía”. Se trata de “salvar este terrible paso”, tanto en la comprensión teórica como en la práctica de la luchas actuales.

 El proletariado no deviene por lo tanto un ser “puramente negativo”. Asentar el que el proletariado no existe en cuanto clase sino dentro y en contra del capital, produciendo la totalidad de su ser, organización, realidad y constitución como clase del capital y en contra el capital, es asentar que el proletariado es la clase del trabajo productivo de plusvalía. Lo que desvaneció en el ciclo de luchas actuales, tras la reestructuración de los años 1970/1980, no es esa existencia objetiva de la clase, sino la confirmación en el seno de la reproducción del capital de una identidad proletaria.

El proletariado puede ser revolucionario sólo reconociéndose como clase, se reconoce tal en cada conflicto, cuanto más en una situación en la cual su existencia como clase será, en el seno de la reproducción del capital, la situación que tendrá que afrentar.Pues no hay que equivocarse acerca del contenido de ese “reconocimiento”. El reconocimiento como clase no será  “retorno sobre sí” sino  total extraversión, autoreconocimiento como categoría del modo de producción capitalista. Lo que la clase es resulta sólo ser inmediatamente su relación al capital. Ese “reconocimiento” será de hecho un conocimiento práctico, en la contienda, no de sí para sí, sino del capital, su desobjetivación. La unidad de clase no puede ya constituirse sobre la base del salariado y de la lucha reivindicativa, previamente a su actividad revolucionaria. La unidad del proletariado sólo tiene cabida en la actividad en la cual el proletariado se abole, aboliendo toda división.

De las luchas reivindicativas a la revolución, tan sólo puede haber ruptura, salto cualitativo, sin embargo esa ruptura no es ningún milagro, ninguna alternativa, tampoco simple constato por parte del proletariado que nada se podría hacer sino la revolución cara al fracaso de todo lo demás. “Única solución: la revolución” (Une seule solution, la révolution) es la inepcía complementaria  de la dinámica revolucionaria de la lucha reivindicativa. Esta ruptura está producida por el curso del ciclo de luchas que la precede, y se anuncia en la multiplicación de los trechos en el seno de la lucha de clase.

Somos teóricamente los acechadores y los promovedores de esos trechos que, en el seno de la lucha del proletariado son su propio cuestionamiento, y prácticamente protagonistas cuando  directamente implicados. Existimos en esa ruptura, en esa quiebra de la actividad como clase del proletariado. No existe ya ninguna perspectiva para el proletariado partiendo de sí mismo como clase del modo de producción capitalista, a no ser la capacidad de superar su existencia de clase en la abolición del capital. Existe una identidad absoluta entre estar en contradicción con el capital y estar en contradicción con su propia situación y definición como clase.

La comunización se vuelve un planteamiento actual precisamente por ese trecho en el seno mismo de la acción como clase. Ese desvío en el seno de la lucha de clase, en la cual el proletariado tiene sólo el capital como horizonte y por eso entra simultáneamente en contradicción con su propia acción como clase, constituye la dinámica del ciclo de luchas actual. Actualmente la lucha de clase del proletariado conlleva elementos indicativos, actividades que en su propio curso anuncian su superación.

 b) Algunos ejemplos

No se trata a menudo de declaraciones estrepitosas ni de acciones “radicales”, sino meramente de unas prácticas de “fuga” o de denegación de los proletarios respecto a su misma condición. En las huelgas actuales contra los cierres de empresas, los obreros, a menudo y siempre más, ya no reivindican el mantenimiento del empleo, sino indemnizaciones consecuentes. Contra el capital, el trabajo no tiene futuro. En las denominadas luchas “suicidas”, como en la empresa Cellatex , Francia, donde los trabajadores amenazaron verter ácido al río y volar la fábrica, amenazas que no fueron seguidas de efecto, pero que sin embargo fueron ampliamente imitadas cuando otros cierres de empresas, ahí irrumpe el que el proletariado no es nada separado del capital y que no conlleva por natura ningún porvenir sino la abolición de lo que lo hace existir como tal. La inesencialización del trabajo llega a ser la actividad misma del proletariado, sea de forma trágica en sus luchas sin perspectivas inmediatas (suicidas), sea como reivindicación de esta inesencialización, caso de la lucha de los parados y precarios (Lutte des Chômeurs et Précaires) del invierno 1998 en Francia.

El paro ya no significa ese “afuera” del empleo, claramente separado de este último. La segmentación de la fuerza de trabajo, la flexibilidad, la subcontratación, la movilidad, el trabajo parcial, los cursillos, la formación, el trabajo sumergido, se borraron todas las separaciones.

En el movimiento francés de 1998, y más generalmente en las luchas de los parados de este ciclo de luchas resulta ser la definición misma de los parados que sirve de punto de partida de la reformulación del empleo asalariado. La necesidad para el capital de medirlo todo en tiempo de trabajo y de establecer la explotación del trabajo como cuestión de vida o muerte para él consiste simultáneamente en la inesencialización del trabajo vivo inmediato respecto a lo que el capital concentra en sí de fuerzas sociales. Esta contradicción inherente a la acumulación capitalista, y que hace del capital una contradicción en proceso, toma entonces la forma muy particular de una definición de la clase frente al capital reivindicada por el paro como punto de partida. En las luchas de los parados y precarios, la pugna del proletariado contra el capital hace suya esta contradicción, reivindicándola. Igualmente cuando los despedidos no reivindican trabajo sino indemnizaciones.

Los salariados despedidos de Moulinex prediendo fuego a una nave de la fábrica se inscriben también en la dinámica de este ciclo de luchas que hace, para el proletariado de su propia existencia como clase, el límite de su acción de clase. Así, en 2006, en Savar, a unos 50 km al norte de Dacca -Bengladesh-, tras tres meses de retraso en el pago de los salarios, dos fábricas arden y un centenar de otras fueron saqueadas. En Argelia, la más nimia reivindicación por el sueldo se transforma en motín, rechazándose las formas de representación sin que nuevas formas se construyan, y cuestionándose todas las condiciones de vida y reproducción del proletariado, más allá de los protagonistas inmediatos de la huelga y de la reivindicación. En China, o en India no se irá de la multiplicación de acciones reivindicativas multiformes, tocando a todos los aspectos de la vida y reproducción de la clase obrera hacia un amplio movimiento obrero. Dichas acciones reivindicativas pueden “paradoxalmente” desembocar en destrucciones de las condiciones de trabajo, o sea de su propia razón de ser.

En Argentina, se autoorganizarón los de Mosconi en cuanto parados, las de Bruckman en cuanto obreras, los de las chabolas en cuanto vecinos …sin embargo actuando así, cuando se autoorganizaban, chocaban inmediatamente contra quienes eran, y que en la lucha, se volvía lo que se tenía que superar, y que se vio como algo por superar en las modalidades prácticas de dichas autoorganizaciones. El proletariado no puede hallar en sí mismo la capacidad de crear otras relaciones interindividuales sin invertir y negar lo que es en esta sociedad, o sea sin entrar en contradicción con la autonomía y su dinámica. La autoorganización puede ser el primer acto de la revolución sin embargo todo lo que sigue irá en contra suya. En Argentina, las determinaciones del proletariado como clase de esta sociedad fueron efectivamente trastocadas (propiedad, intercambio, división del trabajo, relaciones entre hombres y mujeres…) mediante la puesta en obra de actividades productivas, en las modalidades efectivas de su realización. Así pues la revolución como comunización se hace creíble.

En Francia, noviembre del 2005, en los suburbios* (*N. del T.: “les banlieues”), los amotinados no reivindicaron nada, atacaron a sus propias condiciones, todo lo que los produce y define fue su blanco. Los amotinados revelaron y atacaron la situación de proletario hoy, esa fuerza de trabajo mundialmente precarizada. Lo que, al mismo tiempo que una demanda de tal índole hubiera sido emitida, hizo inmediatamente caduco el querer ser un “proletario cualquiera”.

Tres meses después (primavera del 2006), siempre en Francia, en cuanto movimiento reivindicativo, el movimiento estudiantil anti-CPE* (* N. del T.: Contrato Primer Empleo : proyecto de una contratación laboral especial a los jóvenes menores de 26 aumentando la precariedad laboral) no podía comprenderse sí mismo sino transformándose en movimiento general de los precarios, sin embargo debía entonces barrenar su especifidad, o enfrentarse más o menos brutalmente contra quienes, en los motines de noviembre 2005, habían demostrado que reivindicarse un “proletario cualquiera” era caduco. Conseguir la reivindicación por su ampliación barrenaba la reivindicación. ¿Quién podía creer a la confluencia de los amotinados de noviembre sobre la base de un empleo estable para todos? Dicha confluencia estaba por una parte objetivamente inscrita en el código genético del movimiento y, por otra parte, su mismísima necesidad de junción conllevaba un amor/odio interno al movimiento, igualmente objetivo. La lucha anti-CPE fue un movimiento reivindicativo cuya satisfacción de su reivindicación resultaba inaceptable por sí mismo en cuanto movimiento reivindicativo.

El proletariado de los motines de Grecia de diciembre 2008 no reivindica nada y no se considera frente al capital como base de ninguna alternativa. Estas revueltas fueron un movimiento de clase, aunque no tratandose de una lucha en la matriz misma de las clases: la producción. Así dichos motines pudieron realizar algo esencial: producir y apuntar a la pertenencia de clase como coacción, sin embargo no pudieron conseguirlo y alcanzar este punto sino topando como a su límite contra el suelo de cristal de la producción. Y la manera (objetivos, desarrollo de las revueltas, composición social de los amotinados…) en que el movimiento produjo dicha coacción exterior fue intrínsecamente definido por este límite: la relación de explotación como pura y simple coerción. El ataque a las instituciones y a las formas de reproducción social tomadas en sí mismas ha constituido el movimiento y su fuerza, al tiempo que tal ataque expresó simultáneamente sus límites.

Estudiantes sin porvenir, jóvenes migrantes, trabajadores precarios, son proletarios viviendo cotidianamente la reproducción de las relaciones sociales capitalistas como coerción, coerción inclusa en esta reproducción porque son proletarios, sin embargo viviéndola cotidianamente como separada y aleatoria (accidental y no necesaria) respecto a la misma producción. Luchan a la vez en este momento de coerción como separado, y concibiendo y viviendo esta separación sólo como una carencia de su propia lucha contra este modo de producción.

 Fue así que dicho movimiento produjo la pertenencia de clase como coacción exterior, pero fue sólo así. Por eso se sitúa al nivel del presente ciclo de luchas constituyendo un momento histórico determinante.

Los proletarios se han, por su propia práctica, cuestionado como proletarios en su lucha, sin embargo lo han hecho sólo autonomizando, en sus ataques como en sus objetivos, los momentos y las instancias de la reproducción social. Reproducción y producción del capital han permanecido extranjeras, cada una frente a la otra.

 En 2009, en Guadeloupe (Antillas Francesas), la importancia del paro y de la parte de la populación viviendo de “ ingresos de asistencia” o de una economía sumergida hace que el reivindicar por el sueldo es una contradicción en los términos. Esa contradicción ha estructurado el curso de los acontecimientos entre un LKP* (* NdT: Liyannaj Kont Pwofitasyon, literalmente “Pueblo Contra Aprovechamiento”: colectivo de asociaciones y sindicatos de la isla) centrado sobre los trabajadores estables (esencialmente en el sector público) pero buscando, con la multiplicación y la infinita diversidad de las reivindicaciones mantener unidos los términos de esa contradicción y la absurdidad, para la mayor parte de las personas participando a bloqueos, saqueos, ataques de edificios públicos, de la reivindicación salarial central. La reivindicación ha sido desestabilizada en el curso mismo de la lucha, fue cuestionada como lo fue su forma de organización, sin embargo las formas específicas de la explotación del conjunto de la populación heredadas de una historia colonial lograron poder impedir que dicha contradicción no estalle más fuerte aún al interior mismo del movimiento (hay que notar sin embargo que el único muerto fue un sindicalista en una barricada de bloqueo). De este punto de vista, la producción de la pertenencia de clase como coacción exterior ha sido más un estado sociológico y una suerte de esquizofrenia que un invite de la lucha.

De manera general, con el estallido de la crisis actual, existe actualmente en la reivindicación salarial una dinámica que no cabía anteriormente en esta. Dinámica interna que le da el conjunto de la relación entre proletariado y capital en el modo de producción capitalista tal y como salido de la reestructuración y tal como ahora entra en crisis. La reivindicación salarial ha cambiado de significado.

En la sucesión de crisis financieras que, desde unos veinte años, regulan el modo de valorización actual del capital, la de los subprimes es la primera en no tener por punto de partida activos financieros refiriéndose a inversiones en capital, sino al consumo y más precisamente al de los matrimonios más pobres. Por ahí es la crisis específica de la relación salarial del capitalismo reestructurado, cuya diminución continúa de la parte de los salarios en la riqueza producida, tanto en los países centrales como en los emergentes era (y permanece) definitoria.

El “reparto de las riquezas” de tema esencialmente conflictual en el modo de producción capitalista, se ha vuelto, además, tabú, lo que el reciente movimiento de huelgas y bloqueos en Francia (octubre a noviembre 2010) contra la reforma del sistema de jubilación, ha venido confirmar. En el capitalismo reestructurado (cuyo empiezo de crisis experimentamos actualmente) la reproducción de la fuerza de trabajo ha sido objeto de una doble desconexión. Por una parte, desconexión entre valorización del capital y reproducción de la fuerza de trabajo, por otra parte, desconexión mediante el crédito, entre consumo y salario en cuanto ingreso.

Claro está que la repartición del día laboral entre trabajo necesario y sobretrabajo siempre fue definitoria de la lucha de clases. Sin embargo, ahora, en la lucha en torno a dicha repartición, resulta ser, paradoxalmente en lo que define el proletariado, al nivel más básico de sí mismo, como clase del modo de producción capitalista y únicamente esto, donde aparece prácticamente y conflictualmente que su existencia de clase se vuelve para el proletariado el límite de su propia lucha como clase. He aquí la característica central actual de la reivindicación salarial. En el curso más banal de la reivindicación salarial, el proletariado ve su existencia como clase objetivarse como algo ajeno a él, en la medida en que la relación capitalista sí misma lo coloca en su seno como ajeno.

La crisis actual estalló porque los proletarios no pudieron pagar sus plazos de crédito. Estalló por la misma relación salarial que fundamentaba la financiarización de la economía capitalista: compresión de los salarios necesarios para la “creación de valor”; competencia mundial de la mano de obra. Esta necesidad funcional es lo que, con la crisis de los subprimes, opera su retorno de manera negativa dentro del modo histórico de acumulación del capital. Es esta relación salarial que se encuentra ahora en el mismísimo centro de la crisis actual[2]. La crisis actual es el empiezo de la fase de trastorno de las determinaciones y de la dinámica del capitalismo tal y como salido de la reestructuración de los años 1970 y 1980.

  • ·Dos o tres cosas que podemos saber sobre la comunización.

En cuanto no capital, disolución de todas las condiciones existentes (trabajo, intercambio, división del trabajo, propiedad), el proletariado encuentra ahí el contenido de su acción revolucionaria como medidas comunistas, abolición de la propiedad, de la división del trabajo, del intercambio, del valor. La pertenencia de clase como coacción exterior es entonces en sí misma un contenido, o sea una práctica cuando de manifestación del límite de la lucha como clase dicha lucha se supera en medidas de comunización. La comunización consiste en medidas comunistas practicadas como simples medidas de luchas por el proletariado contra el capital.

La insuficiencia de plusvalía en relación al capital acumulado está en el corazón de la crisis de la explotación. Si en el corazón de la contradicción entre el proletariado y el capital no estuviera la cuestión del trabajo productivo de plusvalía, si hubiera tan sólo un problema de reparto, o sea si la contradicción entre proletariado y capital no fuera una contradicción por eso mismo, el modo de producción capitalista, del cual es la dinámica,- i.e. si no fuese “un juego que produce la abolición de su regla”-, la revolución permanecería un piadoso deseo. El odio al capital, el deseo de otra vida son tan sólo la expresión ideológica necesaria de dicha contradicción por sí misma que es la explotación.

No resulta ser con un ataque por el lado de la natura del trabajo como productor de plusvalía que la lucha reivindicativa se supera ( se regresaría siempre a un problema de reparto ), sino con un ataque por el lado de los medios de producción como capital. El ataque en contra la natura de capital de los medios de producción, significa su abolición como valor absorbiendo trabajo para valorizarse, es extensión de la gratuidad, destrucciones que pueden ser físicas de ciertos medios de producción, su abolición en cuanto fábrica en donde se define lo que es un producto, o sea de los marcos del intercambio y del comercio, es su definición, su absorción en el seno de relaciones intersubjetivas individuales, es la abolición de la división del trabajo tal como inscrito en la zonificación urbana, en la configuración material de los edificios, en la separación entre campo y ciudad, en la mismísima existencia de lo que uno llama fábrica o un lugar de producción. “Las relaciones entre las personas se han cuajado en las cosas, porque el valor de intercambio es de natura material” (Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, Ed. Anthropos, t.1, p.97). La abolición del valor es una transformación concreta del paisaje en que vivimos,  una nueva geografía. Abolir las relaciones sociales es un asunto muy material.

En el comunismo la apropiación no existe porque resulta ser la noción misma de “producto” que queda abolida. Claro que hay objetos que sirven a producir, otros directamente consumidos, otros aún ambos propósitos. Sin embargo hablar de productos y preguntar sobre su circulación, su repartición, o su “cesión”, o sea el concebir un momento de la apropiación, presupone lugares de ruptura, de “coagulación” de la actividad humana: el mercado en las sociedades mercantes, el” poner y tomar del montón” en ciertas concepciones del comunismo. El producto no es una cosa simple. Hablar del producto, es suponer que un resultado de la actividad humana aparece como acabado frente a otro resultado o en medio de otros resultados. No hay que tomar como punto de partida el producto, sino la actividad.

En el comunismo, la actividad humana es infinita porque insecable. Conlleva resultados concretos o abstractos, sin embargo dichos resultados no son nunca “productos” sobre los cuales podría plantearse el problema de su apropiación o de su cesión, sea cual fuere su modalidad. Si hablamos de actividad humana infinita en el comunismo, es que lo el modo de producción capitalista deja vislumbrar ya, aunque de manera contradictoria, y no como  “buen lado”, la actividad humana como flujo social global y el “general intellect” o el “trabajador colectivo” como fuerza dominante de la producción. Esta característica social de la producción no prefigura nada, sólo vuelve la base del valor contradictoria.

La destrucción del intercambio son obreros atacando los bancos donde se encuentran sus cuentas igual que las de otros obreros, obligándose así a desenvolverse sin estos bancos, son trabajadores comunicando entre ellos y comunicando a la comunidad sus “productos” directamente y sin mercado y aboliéndose así mismo como trabajadores. Significa la obligación para toda la clase de organizarse para ir a buscar víveres en sectores por comunizar, etc. No hay medida que sea, en sí misma, aisladamente, el “comunismo”. Lo comunista no es la “violencia” en sí, ni ” la distribución” de la mierda que nos lega la sociedad de clases, tampoco la “colectivización” de las máquinas chupadoras de plusvalía, sino la natura del movimiento que vincula dichas acciones, las subtiende, haciendo de estas acciones momentos de un proceso que sólo puede comunizar siempre más o ser aplastado.

No se puede entablar una revolución sin tomar medidas comunistas, sin disolver el trabajo asalariado, comunizar la alimentación, el vestir, la vivienda, procurarse todas las armas (destructivas, pero también de telecomunicaciones, comida, etc.) integrar a los “sin reservas” (incluyendo a los que nosotros mismos habremos reducido a tal estado), los parados, los campesinos arruinados, los estudiantes extraviados.

 En cuanto se empieza a consumir gratis, hay que reproducir lo que fue consumido, hay que tomar los medios de transportes, las telecomunicaciones y contactar otros sectores;  entonces se choca contra los bandos armados adversos. El enfrentamiento contra el Estado plantea de inmediato el problema de las armas, que no puede resolverse sino poniendo en pie una red de distribución para sostener combates en una multiplicidad casi infinita de lugares. Las actividades militares y sociales son indisolubles, simultáneas y se interpenetran, la constitución de un frente o de sectores delimitados de combate significa la muerte de la revolución. En cuanto los proletarios deshacen las leyes mercantes, no pueden pararse. Cada ahondamiento social, cada extensión son la carne y la sangre de las nuevas relaciones. Esto es lo que permite el integrar siempre más no proletarios a la clase comunizadora constituyéndose y simultáneamente disolviéndose, y abolir siempre más toda competencia y división entre los proletarios haciéndolo en cuanto contenido y desarrollo de su contienda armada contra quienes la clase capitalista puede aún movilizar, integrar y reproducir en sus relaciones sociales.

Todas las medidas de comunización habrán de ser acciones enérgicas para desmantelar de los vínculos que unen a nuestros enemigos y sus suportes materiales, destrucción rápida, sin remedio. La comunización no es la apacible organización de la gratuidad y de un modo de vida agradable entre proletarios. La dictadura del movimiento social de comunización es el proceso de integración de la humanidad en el seno del proletariado desapareciendo. La estricta delimitación del proletariado respecto a las otras clases, su lucha contra toda producción mercante son al tiempo un proceso que coacciona las capas de la pequeña burguesía asalariada, de la “clase del control social” a unirse a la clase comunizadora. Los proletarios no “son” revolucionarios como el cielo “es” azul, ni porque son “asalariados”, explotados, ni tampoco son disolución de las condiciones existentes. Autotransformándose, partiendo de lo que son, se constituyen sí mismos en cuanto clase revolucionaria. El movimiento en que el proletariado se define en la práctica como movimiento de constitución de la comunidad humana es la realidad de la abolición de las clases. El movimiento social en Argentina, por haberse enfrentado a este problema, cuestionó las relaciones entre proletarios en actividad, parados, excluidos y clases medias. Respondió sólo de manera muy parcelar, el aspecto más relevante fue sin duda el de su organización territorial. La revolución que sólo puede ser en este ciclo de luchas comunización supera el dilema entre las alianzas de clases leninistas o democráticas y “el proletariado solo” de Gorter: dos tipos de derrotas.

La única manera de superar los conflictos entre parados y “con empleo”, entre calificados y sin calificación, es tomar de golpe, en el curso de la lucha armada, las medidas de comunización que suprimen la base misma de esta división (lo que, enfrentadas a este problema, la empresas recuperadas en Argentina no intentaron sino muy marginalmente, contentándose a menudo –cf. Zanon – de unas redistribuciones caritativas a los grupos de piqueteros). A falta de dicha superación, el capital jugará siempre sobre esta fragmentación encontrando en el seno de los autoorganizados sus Noske y Schiedermann.

De hecho, como  lo señalo en su tiempo la revolución alemana, tratase  de disolver las clases medias tomando medidas comunistas concretas que obliguen estas últimas a entrar en el proletariado, o sea a acabar su “proletarización”. Hoy, en los países desarrollados, la cuestión es a la vez más simple y más peligrosa : por un lado la inmensa mayoría de la clases medias está asalariada y no tiene ya fundamento material para su posición social, su papel de ejecución y de dirección de la cooperación capitalista es esencial pero permanentemente precarizado, su posición social depende de un mecanismo muy frágil de deducciones de fracciones de la plusvalía, sin embargo, por otro lado, y por los mismos motivos, su proximidad formal con el proletariado le empuja a presentar en las luchas de este último “soluciones” gestionarias, alternativas, nacionales o democráticas preservando sus propias posiciones.

El problema esencial por resolver es el de saber cómo se extiende el comunismo, antes que las mordazas de la mercancía lo ahoguen; cómo integrar a la agricultura para no tener que intercambiar con los campesinos; cómo se deshacen los lazos intercambistas del adversario imponiéndole la lógica de la comunización de las relaciones y de la toma de los bienes, cómo disolver el bloque de la jinda mediante la revolución.

Para concluir no se abole el capital para el comunismo, sinon mediante el comunismo, precisamente mediante su producción. En efecto, las medidas comunistas deben ser distinguidas del comunismo: no son embriones de comunismo sino su producción. No se trata de un periodo de transición, es la revolución, la comunización es tan sólo la producción comunista del comunismo. La lucha contra el capital es lo que hace la diferencia entre medidas comunistas y comunismo. La actividad revolucionaria del proletariado siempre tuvo como contenido mediar la abolición del capital por su relación al capital, no es ninguna rama de una alternativa competiendo contra otra, ningún inmediatismo del comunismo.

Théorie Communiste

** “Communisation and its Discontents”: Benjamin Noys Ed.

[1] El que la China o India alcancen a constituirse por sí mismas como mercado interior depende de una verdadera revolución en los campos (privatización de la tierra en China; desaparición de la pequeña propiedad y de formas de aparcería en India) pero también, y sobre todo, de una reconfiguración del ciclo mundial del capital suplantando la globalización actual (una renacionalización de las economías superando/conservando la globalización, una desfinanciarización del capital productivo). O sea esta hipótesis queda fuera de nuestro alcance conceptual actualmente porque fuera del presente ciclo de luchas, ya que supondría la revolución tal que este ciclo de lucha la lleva fuera derrotada y, mediante esta derrota, una reestructuración del modo de producción capitalista.

[2] Se trata de una crisis en la que se afirma la identidad de la sobreacumulación y del subconsumo.

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